Por momentos se nos olvida, creo que es un mecanismo de defensa de nuestra mente, que los causantes de esta desgracia que sucede en Venezuela, los degenerados herederos del traidor mayor, hoy felizmente difunto, no descansan, su cometido principal es la infelicidad del venezolano, nos detestan, no pueden soportar que estemos tranquilos ni un segundo desde el día que llegaron al poder , al olvidarnos nuestro instinto de seres libres nos hace expresarnos y ¡Zas! nos percatamos de que la tiranía está activa en los ojos de los vecinos que tienen el alma vendida a esos diablos, si, esos vecinos que también pasan roncha, que padecen las vicisitudes del sueño revolucionario, del socialismo del siglo XXI, en el que la escasez de calidad de vida y el retroceso son la orden del dia, pero se sienten con poder, el poder de ser el juez de la comadre, del antes amigo, a cambio de quién sabe, a lo mejor un kilo de harina pan o una palmadita de su camarada el sapo mayor. Denigrante asumir ese rol cuando tus propios hijos no tienen zapatos para ir a la escuela, verdaderamente triste.
Los casos son miles, en cada esquina, en cada barrio, hoy quiero desmenuzar la historia de Merlys Oropeza, una joven venezolana de tan solo 25 años, oriunda de Las Carolinas al oeste de Maturín, estado Monagas, es un escalofriante testimonio de la barbarie del narcorégimen que asfixia a Venezuela. Su “delito” no fue más que la expresión de una opinión, un breve pero contundente mensaje en su estado de WhatsApp: “Hay algunos vecinos que prefieren la bolsa de gorgojos que el futuro de sus hijos”. Una crítica mordaz, sí, pero incuestionablemente amparada por la libertad de expresión que buscaba denunciar la tragedia ética de aquellos que cambian su dignidad por las migajas de un régimen corrupto.
Lo que siguió fue una secuencia de horrores que destapa la maquinaria de represión. Denunciada por una “jefa de calle” figura siniestra del aparato de vigilancia social chavista, Merlys fue arrestada apenas once días después de las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio. El pasado 23 de junio, en un juicio exprés que desafía toda noción de justicia, fue sentenciada a 10 años de prisión bajo la inconstitucional “Ley contra el Odio por la Convivencia Pacífica y la Tolerancia”. Su caso no es un incidente aislado; es un claro ejemplo del sofisticado sistema represivo digital instaurado por la narcotiranía del extranjero Nicolás Maduro. Le sugiero a los familiares de Merlys, tener ubicadas las direcciones y nombres completos del fiscal que la acusó y del juez que la sentenció, lo demás llegará.
La tristemente célebre “Ley contra el Odio” ha sido desenmascarada por organismos internacionales como lo que realmente es: no una herramienta para la paz, sino un arma diseñada para criminalizar la disidencia, amordazar las voces críticas y perpetuar un sistema de sumisión. El artículo 57 de la Constitución venezolana que garantiza el derecho a la libre expresión sin censura previa ni amenazas, ha sido pisoteado sistemáticamente por un régimen que prefiere blindarse con legislaciones que contravienen los principios más básicos del Estado de derecho.
La distorsión de la justicia en Venezuela es tan descarada que resulta obscena. Mientras una opinión personal en redes sociales puede acarrear penas de hasta 20 años de cárcel, los delitos de corrupción que saquean el erario público, desmantelan las instituciones y condenan a generaciones enteras a la pobreza, reciben condenas considerablemente más leves. Esto no es un accidente. Es el resultado de un modelo penal perverso, diseñado a la medida de la impunidad del narcorégimen, implacable con los débiles, complaciente con los poderosos. El mensaje es claro y brutal, criticar al régimen es más costoso que robar millones del presupuesto público. La ley no busca justicia, sino obediencia.
La sentencia contra Merlys Oropeza no solo cercena la libertad de expresión, sino que también oficializa el espionaje vecinal, transformando al ciudadano en vigilante del pensamiento ajeno. La figura del «sapo de calle» el delator anónimo se convierte en un engranaje funcional del aparato represivo. Nos enfrentamos a un totalitarismo que ha trascendido la represión física. Ahora busca domesticar el pensamiento, imponer la autocensura y castigar la crítica, utilizando el aparato judicial como un látigo ideológico. La represión no siempre se viste de botas y fusiles; también se ejecuta con togas, fiscales y leyes espurias. Es un sistema diseñado para pulverizar la resistencia desde dentro, infundiendo un terror psicológico que busca la rendición.
La carta que Merlys escribió desde su celda, despidiéndose de sus padres y pidiéndoles perdón por no soportar tanta injusticia, es un grito silencioso que clama por conciencia y solidaridad de todos los monaguenses. Su dolor es un espejo del sufrimiento de millones. La “Ley contra el Odio” no es una ley; es un mecanismo de terror. Es el instrumento con el que la narcotiranía de Maduro intenta infundir miedo, paralizar a la sociedad civil e imponer una única narrativa oficial. Es la prueba irrefutable de un sistema que ha perdido toda legitimidad democrática y que solo se sostiene por la fuerza, el chantaje y la represión selectiva y por eso no me cansaré de escribir, hay que tumbarlos de cualquier forma, pólvora, drones y misiles. Quienes tienen secuestrado a Venezuela no castigan la corrupción porque viven de ella, ni combaten el crimen porque muchos lo dirigen y ejecutan. Sin embargo, no dudan en encarcelar a una joven por un mensaje en WhatsApp.
La lucha no se detiene frente a esta barbarie, el silencio es complicidad. La comunidad internacional, las organizaciones de derechos humanos y los venezolanos, dentro y fuera del país, tenemos el deber moral de levantar la voz, denunciar cada caso, proteger a las víctimas y negarnos a acostumbrarnos a esta tiranía. Es un hecho que me trae hoy a la reflexión desde la cárcel del exilio, la libertad de Merlys Oropeza se ha convertido hoy en un símbolo de la lucha de todos los monaguenses, su caso debe indignarnos, movilizarnos y recordarnos que no hay futuro en un país donde pensar diferente se paga con la prisión. Por ello debemos seguir pregonando la necesidad de desmantelar esta barbarie y liberar a Venezuela, sigamos enfrentandolos, sin pausa, lo hago cada segundo con lo único que me queda MI PLUMA Y MI PALABRA..
¡Viva Venezuela libre, carajo!
José Gregorio Briceño Torrealba
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